A ÉL TODA LA GLORIA!!!

jueves, 4 de febrero de 2016

Cualquiera que haga tropezar a uno de estos pequeñitos que creen en mí, mejor le fuera si le hubieran atado al cuello una piedra de molino de las que mueve un asno, y lo hubieran echado al mar

REFLEXIONA Tus testimonios son muy firmes; La santidad conviene a tu casa, Oh jehová, por los siglos y para siempre. Salmo 93:5
Preocupación Bíblica por la Niñez




Hay de aquel que haga tropezarUna imagen de una menor repartiendo volantes del candidato César Palomino del partido de César Acuña en las calles causó polémica en las redes sociales.
En la imagen publicada por la usuaria Elka Stephanie se puede ver a una niña que reparte volantes de la campaña y vestida con polo con el logo y número del candidato Palomino.
Elka Stephanie
No me gusta la politica y prefiero no opinar sobre ello... Pero hoy mi prima (Andrea Bustamante) tomó esta foto viniendo de su U y la verdad que es realmente indignante ver como usan a niñas de menos de 10 años para tales fines. Acuña... Y si hay mas politicos que piensan "contratar" a menores de edad a hacer campaña... NO LA CAGUEN MAS! El peru necesita niños en los colegios y en su tiempo libre disfrutando de su INFANCIA! No de estar trabajando y mucho menos bolenteando publicidad para sus campañas... Si eso haces ahora q eres un candidato... Que haras con los niños si asumes el poder?!??

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Al lado de la menor se distingue a otras niñas que también llevan puesto el mismo polo con el símbolo del partido "Alianza Para el Progreso".
 
"Hoy mi prima tomó esta foto viniendo de su U (sic) y la verdad que es realmente indignante ver cómo usan a niñas de menos de 10 años para tales fines", escribió junto a la polémica foto.
 
Decenas de usuarios denunciaron el hecho y pidieron explicaciones ante el insólito caso.
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Una realidad invisible
Juan tenía 12 años de edad cuando fue vendido por su prima Mariana al dueño de una plantación de coca en el trópico boliviano. La estatura media de Juan y sus manitos pequeñas eran ideales para la cosecha de la coca, por lo que rápidamente fue puesto a la labor, con jornadas que iniciaban en la madrugada y duraban hasta el anochecer. 
Adaptarse al clima tropical no fue fácil para Juan, pues él y su familia eran originarios de las montañas del altiplano boliviano. La falta de trabajo en su comunidad había dejado a su madre y a su padre con pocas posibilidades de mantener a su familia. Como consecuencia, Juan y sus hermanos comenzaron a pasar hambre, a ausentarse de la escuela, a bajar su rendimiento escolar y a aislarse de los demás niños y niñas de su comunidad. 
Al comienzo, cuando Mariana le propuso conseguirle un buen trabajo lejos de su comunidad, Juan tuvo miedo, especialmente porque se le prohibió hablar sobre este asunto. Sin embargo, él sabía que si se quedaba en su comunidad, con dificultad podría ayudar a su familia. Fue así como Juan, apenas iniciando su adolescencia, salió de su comunidad con la promesa de una vida mejor. 
Una vez en la plantación de coca, bastaron pocos días para que Juan se diera cuenta de que su trabajo no era lo que Mariana le había prometido: al agotamiento físico producto de una jornada de 14 horas se sumaban las malas condiciones de su oscura habitación y la escasa alimentación. 
Sin embargo, lo que más mermó la salud física, emocional, espiritual y mental del joven Juan fue el maltrato físico y psicológico al que fue sometido durante los seis meses que duró su calvario. En ocasiones, si la patrona consideraba que Juan no había logrado cosechar lo suficiente durante el día, lo privaba de uno o más platos de comida. 
La situación empeoró cuando Juan tuvo un accidente mientras trabajaba, sufriendo una delicada lesión en su brazo derecho. La falta de tratamiento oportuno hizo que la herida empeorara  hasta convertirse en una infección severa, causándole altas fiebres y quitándole la posibilidad de utilizar su brazo. Sin la posibilidad de trabajar, Juan fue considerado  inútil dentro de la plantación, por lo que la patrona decidió deshacerse de él, echándolo a la calle y librándolo a su propia suerte. 
Una vez en la calle y sin dinero, Juan  se encontró  sólo y expuesto a todo tipo de peligros. A los pocos días conoció a Marta, una mujer sencilla pero sensible, que, a diferencia de muchas personas con quienes se encontró, no se conformó con darle unas cuantas monedas y marcharse sino que se apersonó del caso de Juan, lo llevó al hospital para tratar su herida y dio alerta a la Defensoría de la Niñez. 
La Defensoría de la Niñez dio seguimiento al caso, pero el proceso se estancó por falta de recursos económicos para llevar a Juan de regreso a su lugar de origen junto a su familia. Fue la articulación entre el Estado y una ONG –Organización No Gubernamental- lo que permitió que Juan fuera trasladado a su ciudad de origen y que pudiera re-encontrarse con su familia.
Mientras tanto, en el altiplano boliviano, los nueve meses durante los cuales Juan desapareció fueron los más duros para la familia de Juan. Junto a su iglesia y comunidad comenzaron a entender que peligros como la trata de personas acechaban aún en comunidades pequeñas como la suya, protagonizadas por personas cercanas como Mariana, por lo que, con la ayuda de la ONG que trajo a Juan de regreso y la Defensoría de la Niñez, se capacitaron y desarrollaron un plan de acción para proteger a sus niños, niñas y adolescentes. 
Cada actor entendió que su rol era clave e irremplazable en esta labor. Cuando  tuvieron noticias sobre el paradero de Juan, su familia y vecinos sintieron una enorme alegría. A su regreso, Juan necesitó muchos cuidados médicos, así como un largo proceso de restauración antes de poder retomar su vida de manera normal, sin embargo contó con el apoyo de muchas personas. 
Hoy, Juan es un niño feliz; vive en un hogar en donde se siente amado, asiste a la escuela y es protegido por su comunidad. En cuanto a Mariana, la prima de Juan,  se dio a la fuga y nunca se volvió a saber de ella.
Un mal de alcance mundial
Pese a lo duro que Juan vivió, su historia termina con un final feliz; pero  no es el caso de todos. Hay cientos de miles de “Juanes” alrededor del mundo que son víctimas de explotación y no cuentan con «ángeles» como Marta para sacarlos del círculo que los ata.
La explotación infantil es un mal tan antiguo como la humanidad misma. La Historia de América Latina da cuenta de cientos de relatos de explotación de niños, niñas y adolescentes relacionados con la venta de esclavos traídos de África a las Américas en el siglo XVII, los niños soldados en Colombia en conflictos civiles desde el siglo XIX, los niños trabajadores en las industrias chilenas en el siglo XIX; sólo por mencionar algunos casos registrados. 
En la actualidad, aunque la recolección de datos sigue siendo limitada se cuenta con estadísticas e historias que ponen en evidencia lo lejos que estamos como sociedad de acabar con un mal que viola los derechos de niños, niñas y adolescentes, y los marca de por vida.
La explotación infantil es uno de los tres tipos de violencia expresados en el Artículo 19 de la Convención de los Derechos del Niño.
La explotación infantil se define como el uso de un niño, niña o adolescente para el beneficio de otros. Esto incluye, aunque no se limita, al trabajo infantil y la explotación sexual. Se hace una diferencia entre el trabajo infantil y las peores formas de trabajo infantil debido a que existen circunstancias particulares en las que el trabajo de las personas menores de edad es necesario para la sobrevivencia de la familia, sin embargo, se espera que este trabajo se lleve a cabo en condiciones que no violen sus derechos. En cambio, las peores formas de trabajo infantil han sido definidas por la Organización Internacional del Trabajo –OIT- como:
  • Todas las formas de esclavitud o las prácticas análogas a la esclavitud, como la venta y la trata de niños, la servidumbre por deudas y la condición de siervo, y el trabajo forzoso u obligatorio, incluido el reclutamiento forzoso u obligatorio de niños para utilizarlos en conflictos armados;
  • La utilización, el reclutamiento o la oferta de niños para la prostitución, la producción de pornografía o actuaciones pornográficas;
  • La utilización, el reclutamiento o la oferta de niños para la realización de actividades ilícitas, en particular la producción y el tráfico de estupefacientes, tal como se definen en los tratados internacionales pertinentes, y
  • El trabajo que, por su naturaleza o por las condiciones en que se lleva a cabo, es probable que dañe la salud, la seguridad o la moralidad de los niños.
Aunque la abolición de todas las formas de trabajo infantil es una de las metas a largo plazo de los estados miembros de la OIT, la eliminación de las peores formas de trabajo infantil es una prioridad urgente, expresada en su convenio número 182, firmado en 1999. Por medio de este convenio, los 175 estados miembros se comprometieron a adoptar todas las medidas necesarias, de manera inmediata y eficaz para prohibir y eliminar las peores formas de trabajo infantil, incluyendo programas de prevención y atención  junto a diferentes actores sociales, mecanismos de vigilancia, sanciones penales, entre otros.
En efecto, las cifras son alarmantes: el último Estado Mundial de la Infancia (septiembre, 2014) emitido por UNICEF[5] revela que, de los 2.200 millones de niños, niñas y adolescentes alrededor del mundo, el 15% realiza trabajos que atentan contra sus derechos y perjudican su desarrollo integral. En América Latina y el Caribe, la OIT estima que 20 millones de niños, niñas y adolescentes están económicamente activos, lo que en otras palabras quiere decir que uno de cada 5 niños, niñas y adolescente trabaja.
Se estima que al menos el 50% de la mano de obra infantil no recibe remuneración alguna o recibe una cantidad muy por debajo de los niveles legalmente establecidos en sus países. Según estudios, algunas de las peores condiciones de trabajo infantil registradas en la región se encuentran en México entre los niños y niñas jornaleros; en las minas de Bolivia, Brasil, Colombia, Paraguay y Perú que reclutan a niños y niñas puesto que su tamaño facilita la extracción de minerales; en las plantaciones bananeras del Ecuador; y en los cenagales de Nicaragua, Honduras y otros países centroamericanos.
En cuanto a la trata de personas, se estima que 27% de las víctimas de trata son personas menores de edad -al igual que Juan. De entre ellos, 51% de los casos tienen como fin la explotación sexual y 44% los trabajos forzosos. Nicaragua es un país conocido por ser proveedor de la trata de niñas, niños y adolescentes. Honduras, Guatemala y México son puntos de encuentro de personas que son enviadas a un tercer país, generalmente Estados Unidos o Canadá. Costa Rica, en cambio, es el país más "famoso" y solicitado para turismo sexual. En total, se estima que en América Latina y el Caribe 2 millones de niños, niñas y adolescentes son víctimas de explotación sexual comercial o laboral.
Una respuesta integral
Una problemática tan compleja como la explotación infantil no tiene soluciones simples. Este fenómeno tiene múltiples causas, entre las cuales se encuentran factores socio-económicos y culturales como la pobreza, el desempleo, la falta de acceso a una educación de calidad, la migración, la desarticulación familiar, la escasez de espacios de recreación, la discriminación, el machismo, el adultocentrismo, entre otros.
Hace 25 años, el 20 de noviembre de 1989, se firmó la primera ley internacional sobre los derechos de los niños, niñas y adolescentes: la Convención de los Derechos del Niño. Mediante esta convención, los estados firmantes se comprometieron a asegurar que todos los niños y niñas (sin ningún tipo de discriminación): reciban protección y asistencia; tengan acceso a educación y salud; puedan desarrollar plenamente sus personalidades, habilidades y talentos; crezcan en un ambiente de felicidad, amor y comprensión; y reciban información sobre cómo ejercer sus derechos y participen en este proceso de una forma accesible y activa.
A pesar de que esta Convención es la que más ha sido ratificada por los gobiernos alrededor del mundo, su implementación sigue siendo poco efectiva. Hacerlo implica la creación o modificación de leyes, el desarrollo de programas de alcance nacional o comunitario, la asignación de presupuesto o incremento de la inversión actual, la implementación de mecanismos de monitoreo y recolección de datos y el involucramiento de actores clave, priorizando a niños, niñas y adolescentes en todo el proceso.
Ante esa necesidad, organizaciones como World Vision Internacional han decidido trabajar desde un enfoque de Sistemas de Protección, en el que se busca que el Estado y la sociedad civil unan esfuerzos para que la niñez y adolescencia estén protegidas, tal como ocurrió al final de la historia de Juan cuando la Defensoría, la ONG y la comunidad acordaron llevar a cabo planes de acción conjunta. En un enfoque de Sistemas de Protección, la niñez y adolescencia juega un papel esencial como sujetos y agentes de su protección. La familia, la comunidad y sociedad en general -incluyendo iglesias, medios de comunicación, empresarios, entre otros- se convierten en garantes de la protección. De este modo, aunque el Estado es el primer responsable de garantizar los derechos de niños, niñas y adolescentes, incluyendo el derecho a ser protegidos, la carga no recae únicamente en él.
De manera concreta, World Vision Internacional en América Latina y el Caribe aborda la problemática de la violencia contra la niñez desde tres flancos: en primer lugar a través de sus programas de prevención y atención en las comunidades junto a quienes trabaja (como en la historia de Juan); en segundo lugar por medio de la incidencia política para promover la creación o ajuste de leyes y programas que fortalezcan la protección de la niñez y adolescencia; y finalmente mediante a la promoción de cambio de actitudes y comportamientos que perpetúan la violencia contra la niñez, por medio de campañas de sensibilización como la que acaba de ser lanzada y se implementará en toda América Latina y el Caribe durante el 2015 y 2016: “Región libre de violencia infantil”.
El Dios de los niños y las niñas
En la Biblia, la preocupación de Dios por el bienestar de su pueblo es central: su voluntad se expresa en términos de justicia, liberación, integridad y plenitud de vida  para todas las personas, independientemente de su origen étnico, género, edad o condición social. Siendo que los pobres y excluidos de la sociedad - personificados en la Biblia por las mujeres, niños y niñas, extranjeros, viudas, enfermos y pecadores - son quienes están más expuestos  a la violencia y opresión, Dios ha mostrado siempre una opción preferencial por ellos.
Los ejemplos de un Dios que mira con dolor la realidad de los desposeídos, escucha sus oraciones y actúa a favor de ellos son numerosos desde el Antiguo Testamento. En el Salmo 68, el salmista describe a Dios como “… padre de los huérfanos y defensor de las viudas (…) acoge en su casa a los desamparados y libra a los cautivos entre cantos de júbilo” (Salmo 68: 6-7). 
Por su parte, el Nuevo Testamento, Jesucristo predicó con su vida, sus palabras y sus actos su propuesta del Reino. En este Reino habitaría una creación renovada, existiría justicia para los oprimidos, paz para las naciones, vida plena para los individuos, seguridad para los niños y niñas; no existirían la pobreza ni las carencias básicas.
En cuanto a la niñez, el Antiguo Testamento está lleno de pasajes que resaltan el lugar de la niñez en el proyecto de Dios: “Con las primeras palabras de los niños más pequeños y con los cantos de los niños mayores has construido na fortaleza por causa de tus enemigos” (Salmo 8:2). 
La centralidad de la niñez es reafirmada por medio de un hecho histórico y teológico fundamental para el cristianismo: Dios mismo, el Señor omnipotente dueño del universo, el “verbo”, se hace “carne” en la persona de un recién nacido envuelto en pañales. 
Es la grandeza de Dios representada en la imagen perfecta de un niño. Jesús, con su vida, revolucionó la concepción que se tenía de los niños y niñas en su tiempo –y, de hecho, en el nuestro también- al tomarlos en cuenta en una sociedad que los invisibilizaba (Juan 6), al tratarlos con ternura y amor (Marcos 10) y al ponerlos como modelo de quienes quieren heredar el Reino de los Cielos (Mateo 18).
¿Qué significa esto para quienes formamos parte de la Iglesia de hoy? 
Significa no solamente que levantemos la voz por los niños, niñas y adolescentes a quienes  se les ha negado la voz, pero además, significa que debemos honrar su voz y luchar por que esa voz sea escuchada y tomada en cuenta. 
Esto implica que nos “convirtamos a la niñez”, invirtiendo los valores morales que dominan el orden mundial actual en el que los niños y las niñas son seres humanos inferiores y no sujetos de derechos plenos y modelos a seguir para nosotros los adultos. 
Lograrlo requiere que quienes nos llamamos seguidores de Cristo incluyamos a la niñez en nuestras agendas personales e institucionales, de manera que juntos trabajemos por que los niños, las niñas y adolescentes estén protegidos, sean cuidados y tengan la oportunidad de convertirse en todo lo que Dios quiere que sean. 

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