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Si analizamos el sentido de las principales voces griegas que se traducen por «redimir», «rescatar» o «redención», llegamos a esta definición del concepto: «Libertar a un esclavo o cautivo mediante el pago del precio del rescate.» Hemos de tener en cuenta que, cuando los evangelistas y apóstoles escribían el Nuevo Testamento bajo la guía del Espíritu Santo, la institución de la esclavitud estaba muy extendida por todo el imperio romano, y millones de seres humanos, apresados durante las campañas militares de Roma o nacidos de padres esclavos, gemían bajo este triste yugo. Algunos esclavos ocupaban puestos importantes en las casas de sus amos y otros podían ser más cultos que los mismos amos, pero ninguno podía disponer libremente de su persona. El profundo anhelo de todos ellos era ser redimidos, y algunas veces, fuese por sus propios esfuerzos en acumular el dinero necesario o fuese por la bondad de un bienhechor, les era posible llevar al templo el precio del rescate, y entonces, mediante un acta de liberación levantada por el sacerdote pagano, quedaban rescatados. Los autores sagrados dan un sentido espiritual a esta liberación, que ya se había indicado simbólicamente en el Antiguo Testamento, donde se habla de la «redención» del pueblo de Israel de la esclavitud de Egipto (Ex. 6:6; 15:16, etc.). El concepto se desarrolla mucho más en los Salmos y en el profeta Isaías, pero, desde luego, las idicaciones del Antiguo Testamento no pueden hacer otra cosa sino anticipar parcialmente, en símbolo y figura, la gran obra redentora de la Cruz.
II. La esclavitud espiritual
La esclavitud espiritual tiene su origen en la caída y el pecado del hombre—pues la verdadera libertad se halla sólo en la esfera de la voluntad de Dios—y afecta a todas la esferas de la vida. Nótense las siguientes formas de sujeción que se mencionan en los evangelios y las epístolas:
A. «Jesús les respondió: De cierto, de cierto os digo que todo aquel que hace pecado es esclavo del pecado» (Jn. 8:34). Se trataba de judíos orgullosos que se estimaban como libres por ser descendientes, según la carne, de Abraham; pero, de hecho, iban ciegamente donde les llevaba el impulso de su pecado no confesado: eran esclavos.
B. Pablo dice a Tito que Cristo «se dio a sí mismo por nosotros para redimirnos de toda iniquidad» (Tit. 2:14), donde la palabra «iniquidad» quiere decir «ausencia de ley», o sea, el espíritu de rebeldía. El hombre quiere seguir sus propios impulsos egoístas, sin someterse a Dios, pero su mismo afán de «libertad» llega a esclavizarle más.
C. Con el fin de hacer ver al hombre su pecado, Dios impuso la Ley, pero el esfuerzo carnal de cumplirla es en sí una dura servidumbre, y la Ley quebrantada no puede hacer más que maldecir y matar a su infractor (Gá. 3:13, 23).
D. Por aceptar la sugerencia del diablo y desobedecer a Dios, el hombre se puso bajo el poder de este gran enemigo, y sólo Cristo puede librarle (Hch. 26:18).
E. Los hombres, a pesar de su orgullo y su deseo de independizarse de Dios, saben que la muerte pondrá fin a sus afanes y devaneos, y, por el temor de la muerte, están toda la vida sujetos a servidumbre (He. 2:14 y 15).
F. Pedro nos habla de ser rescatados de nuestra «vana manera de vivir», vacía y frustrada, en la que ningún propósito humano se logra plenamente (1 P. 1:18 y 19).
G. El temor de los hombres esclaviza al ser humano, pero el que teme a Dios pierde todo otro temor (Mt. 10:28; Hch. 4:13, 20; 5:29, etc.).
H. Todas las condiciones y las circunstancias « del presente siglo malo» esclavizan, pero Cristo se dio a sí mismo para librarnos de ellas (Gá. 1:4).
III. El Libertador
En el Antiguo Testamento era el «pariente cercano» quien tenía el derecho y la obligación moral de redimir, como Booz en el libro de Rut. Por la Encarnación, Cristo se hizo el Hijo del Hombre y el postrer Adán, tan íntimamente ligado a la raza de los hombres que adquirió el derecho de representarnos y redimirnos. Su naturaleza divina da valor infinito a todo cuanto hace a nuestro favor. Nótese que las citas siguientes subrayan la entrega personal de Cristo como medio de procurar la redención: 1.a Corintios 1:30; Gálatas 1:4; 3:13; 4:5; Efesios 1:7; 1.a Timoteo 2:5 y 6; Tito 2:14; Apocalipsis 5:9.
IV. El precio del rescate
«Fuisteis rescatados de vuestra vana manera de vivir … no con cosas corruptibles, como oro o plata, sino con la sangre preciosa de Cristo …», declara el apóstol Pedro (1 P. 1:18 y 19). «Porque el Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir y para dar su vida en rescate por muchos», dijo el Señor de sí mismo (Mr. 10:45). Por la definición que hemos dado de la sangre en el capítulo 7, se verá que el precio del rescate es igual en las dos citas, pues la sangre es la vida de Cristo de precio sin límites, que entregó sin reserva en el sacrificio de la Cruz. Su muerte fue la muerte de todo, y a los ojos de Dios terminó con todos los efectos de la caída (He. 2:14 y 15; Ef. 1:7; He. 9:14, 26–28; 10:12–24).
V. La vida de liberación
La resurrección del Señor, vencedor del diablo, del pecado y de todos sus efectos, inaugura una nueva creación donde hay perfecta libertad en cuanto a todas las formas de esclavitud que se mencionan arriba; pero es necesario apropiarse por la fe de todo el significado de nuestra identificación con Cristo en Su muerte y Su resurrección. Ahora bien, muchos creyentes son como Lázaro cuando salió de la tumba: «atadas las manos y los pies con vendas». Tienen vida, pero se desenvuelven con dificultad porque no se han dado cuenta de que son libres. El Señor dijo de Lázaro: «Desatadle y dejadle ir», y eso es lo que hace falta para todos los creyentes. El secreto es la santificación, que consiste en la apropiación total de la obra de la Cruz.
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